Como si las vueltas de la tierra alrededor del sol tuvieran una salida y una llegada, empezamos a sentir que el fin del año se acerca.

Tareas que completar, vacaciones que empiezan a ser pensadas… El olorcito a primavera y el calor que comienza a abrazarnos, entre tantas otras cosas, nos invitan a conectar con un año que se va termina en el almanaque.

Los inicios y los finales suelen ser buenos momentos de reflexión, de parar la pelota de la vida, de frenar la danza que solemos hacer girando alrededor de todo lo que nos proponemos… Y, al frenar, al detenernos habitando la pausa, en presencia de la vida misma sin nada en qué pensar, sin nada para hacer (entendiendo que solo queremos SER en ese instante), podríamos vivir un lindo momento, conectándonos con gratitud hacia nosotros mismos.

Desde PROFAM con vos les proponemos un ejercicio pequeño, casi meditativo, para frenar un poco la cabeza y agradecernos el camino que vamos recorriendo, el vuelo que vamos desplegando, en esto de estar al servicio de otros, sin perdernos, sin desatender nuestras necesidades y deseos.

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Los invitamos a sentarnos cómodos en un lugar en el que podamos estar 5 minutos sin interrupciones, ubicándonos de manera que nuestro sacro y nuestros isquiones hagan un triángulo equilátero, es decir, con las piernas algo separadas. Así, la columna se encuentra relajada pero erguida, en una postura que resulta cómoda. Los hombros relajados, la mandíbula suelta, poniendo conciencia en nuestros pies, apoyados en el suelo, sintiendo cómo apoyan. Una vez lograda la postura, nos concentramos en nuestra respiración. Podemos cerrar los ojos si eso nos permite estar más concentrados y, mientras inhalamos, imaginamos que el aire penetra en todas las células de nuestro cuerpo. Al exhalar, nos proponemos sacar afuera todo eso que ya no queremos: dolores, temores, preocupaciones, sufrimiento. Luego de 5 o 6  respiraciones completas empezamos a imaginar que nuestro corazón se enciende con un color que represente la gratitud. Imaginamos cómo nuestro corazón se ilumina y cómo, el color elegido, empieza a diseminarse por todo nuestro cuerpo. Agradecemos, nos honramos, practicamos querernos y agradecernos por el camino andado… Podemos permanecer así el tiempo que nos resulte agradable y, luego, comenzar a realizar movimientos circulares suaves con alguna parte del cuerpo, como si fueran masajes, desde una mano, o los dedos del pie, o la cabeza…nos estiramos, nos desperezamos, bostezamos a medida que el resto del cuerpo suavemente se va sumando al movimiento.

Agradecernos es una manera de practicar el autocuidado que tanta falta nos hace a veces. Querernos, sentirnos suficientes y dignos de ser amados, en principio por nosotros mismos, nos acerca a ello.

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